Galería Rita Castellote
c/San Lucas 9
28004 – Madrid
España
Exposición “Tokyo”
Artista César Ordóñez
13 de enero al 26 de febrero de 2011
c/San Lucas 9
28004 – Madrid
España
Exposición “Tokyo”
Artista César Ordóñez
13 de enero al 26 de febrero de 2011
Me reflejo en cada gota de lluvia, en cada mujer, en cada hombre. Veo mi imagen entre la multitud, a través de los paraguas transparentes que surcan las luminosas y evanescentes calles de Tokyo. La lluvia me envuelve, me acaricia, me golpea y me limpia.
César Ordóñez
TOKYO
Cuando un artista escoge un tema como eje central de su trabajo está haciendo una declaración de intenciones que nos habla de lo que quiere conseguir, o como mínimo del camino que ha escogido para poder hacerlo. Japón es uno de los elementos que definen el trabajo de César Ordóñez, pero no el único. También tendríamos que hablar de la voluntad de capturar con la cámara fotográfica determinados instantes de la vida de una ciudad y de sus habitantes. He utilizado la palabra “determinados” deliberadamente; la elección de una cara del poliedro que constituye una ciudad nos indica donde podemos situar al observador.
Lo que busca César Ordóñez en Tokyo -y se refleja en las imágenes que produce- no es el exotismo oriental que persiguen los románticos del diecinueve, ni ciertamente el reflejo de una sociedad supertecnológica que deslumbra a determinados “geeks” de pacotilla. Es más sencillo que todo eso, persigue distanciarse, alejarse. Si la Luna estuviese habitada probablemente ya estaría allí. Toda esta distancia kilométrica le permite una mirada inocente que en casa le costaría encontrar, es decir, una mirada sin prejuicios. La primera persona de quien se quiere alejar Ordóñez es de él mismo, para reconstruirse de nuevo en Japón, donde su identidad, libre de ataduras, puede observar como las cosas que le rodean le influyen.
El año 1999 con la serie de retratos titulada Japoneses, que se pudo ver en el CCCB de Barcelona, podríamos decir que César Ordóñez inicia una línea de trabajo con la que gradualmente ha ido profundizando, y que se consolida con Ashimoto en el año 2008. En este periodo su obra ha evolucionado desde un naturalismo más cercano al fotoperiodismo al uso, hacia la simplicidad formal que implica no tener miedo de realizar fotografías con un cierto componente voluntariamente artificial, manteniendo como una constante un punto escenográfico que nos hace cuestionar lo que vemos y lo que no vemos, permitiéndonos intuir lo que pasa justo fuera del encuadre que el artista ha decidido mostrarnos.
En estas series, especialmente en Ashimoto, el artista utiliza el reportaje documental como elemento para articular la narración, la construcción del significado de su trabajo, obteniendo una uniformidad estética que determina la percepción de cada una de las piezas reforzando el conjunto final. En Tokyo, César Ordóñez sube un escalón seleccionando piezas que tienen entidad individual como piezas aisladas pero que refuerzan su identidad cuando las vemos sucesivamente. Cada fotografía escogida para la exposición en la galería Rita Castellote forma parte de un gran rompecabezas que incluye imágenes recientes y otras más antiguas, pero encajadas de forma que nos permite hacer una lectura lineal de su tesis de trabajo. Las diferentes fotografías seleccionadas, con la inclusión de otros elementos (como proyecciones de video) en un montaje sencillo pero muy efectivo, atrae al espectador entre la curiosidad y la complicidad, y le permite reconstruir con sus claves personales, el mundo que el artista ha edificado.
Màrius Domingo
La invitación del espejo
En las leyendas que explican el origen de Japón, tiene un papel destacado un espejo que refleja los rayos con los que la diosa del sol, Amaterasu, ilumina y da vida al mundo.
El espejo es el eje central de la serie Tokyo, la nueva propuesta con la que César Ordóñez sigue iluminando sus pasos por el país asiático. En este proyecto, Ordóñez no sabe qué escenas van a salir a su encuentro. Ése es el espíritu: poner en práctica la fluidez artística y dejarse invitar por una mirada diletante, sin intención previa ni ideas preconcebidas, con el fin de encontrar nuevos motivos. Como en una anterior serie, la celebrada Ashimoto, tras el magnetismo de la imagen está el impulso de vivir, de ver, de hacer del viaje la experiencia por definición.
Desde antiguo, el espejo simboliza la variabilidad, la multiplicidad y la imaginación. También aparece en los mitos como la puerta por la cual el alma puede disociarse y “pasar” al otro lado. Siguiendo intuitivamente estos sentidos, Tokyo se ofrece a tantas interpretaciones como espectadores, a tantas lecturas como ojos se posen sobre estas imágenes y a tantos saltos como quiera la propia búsqueda del artista por el azar de las calles de la gran ciudad.
Albert Martínez López-Amor
TOKYO Y YO
Tokyo y yo nos conocimos en el año 2000. Era una tarde a finales del verano. Y en ese abrumador instante no presentí el intenso amor que despertaría en mí tiempo después. Aunque coincidimos varios días, apenas intercambiamos algunas miradas de soslayo. Todo era nuevo, quizá demasiado nuevo y diferente para poder observar más allá de su impactante y deslumbrante epidermis.
Pasaron dos años hasta que volvimos a vernos, pero fue un encuentro fugaz, tímido, casi lánguido. Nada me hacía imaginar que, a pesar de la poderosa fascinación que ya ejercía sobre mí, en un futuro nuestra relación –por definirla de alguna manera– pudiese avanzar en alguna dirección.
Corrían los primeros días de marzo de 2007 cuando un amigo común me ofreció ir a verla un fin de semana. Me resultaba excitante la idea de cruzar medio mundo sólo para estar juntos durante algunas horas, así que no me lo pensé dos veces y acepté con una mezcla de emoción y cierta inquietud: ¿Se acordaría de mí?. A decir verdad, llegado el gran momento no me prestó demasiada atención, pero se mostró extremadamente amable y seductora, tal como suele hacer con aquellos que saben apreciar su frágil y compleja belleza. Y aunque no pudiésemos estar solos, saboreé unas gotas de intimidad que me conquistarían para siempre.
Ya de regreso, los días pasaban y no podía quitármela de la cabeza. Durante el día soñaba con ella y mientras dormía, como si de un sueño líquido se tratara, parecía fundirme en su ser. Deseaba verla otra vez, sentir su tacto sedoso, oler su enigmática fragancia... Transcurrieron largas semanas, y por fin, en agosto estaba volando de nuevo para, esta vez sí, encontrarnos a solas y durante casi un mes. Y así ha sido cada año desde entonces. Pasamos una temporada juntos, o quizá sería más exacto decir que yo paso unos días junto a ella. Con sus incontables ocupaciones, con los millones de almas que dependen de su existencia, no puede moverse del trono donde está. Precisamente ahora, mientras escribo, estoy a su lado; meciéndome en su suave y límpida madrugada.
Podría intentar describirla en su parcialidad, baldío intento. Es inabarcable, infinita, y se transforma a cada instante en un indolente y permanente movimiento. Su resplandor se funde con su penumbra, no dejando divisar más allá de las huidizas sombras de los que en ella habitan. Pero si puedo hablar del efecto que ha producido en mi: A su lado, he expandido las fronteras de mi mundo, he empezado a entender con la claridad diáfana de un rostro reflejado en un lago cristalino, quién está al otro lado del espejo. Me he contemplado cientos, millares de veces, a través de mi reflejo en cada hombre, en cada mujer, en las gotas de una fina lluvia que, como pequeños prismas, van disociando mi imagen y me van susurrando al oído quienes son todos mis "yoes".
No sé si el cariño que siento por ella es recíproco, poco me importa. Mientras me siga acogiendo con ese dulce y encantador sentido del orden, mientras me deje caminar de noche por sus amplias y aterciopeladas avenidas, mientras me pueda perder a ratos por sus recovecos, mientras pueda seguir viviendo mi propia intimidad sin que nada ni nadie ose a perturbarla, mientras me siga insuflando agua de vida a mi vida; me da lo mismo que mi amor pueda ser tan solo un amor platónico.
Según dicen algunos, si te amas con locura mejor mantener la distancia. Quizá para no romper esa magia -no estoy seguro-, de momento nos vemos uno o dos meses al año. Mientras tanto, seguiré reproduciendo su imagen para llevarla siempre conmigo. Como un rutilante tatuaje sobre mi piel.
Tokyo, noviembre 2010
César Ordóñez
TOKYO
Cuando un artista escoge un tema como eje central de su trabajo está haciendo una declaración de intenciones que nos habla de lo que quiere conseguir, o como mínimo del camino que ha escogido para poder hacerlo. Japón es uno de los elementos que definen el trabajo de César Ordóñez, pero no el único. También tendríamos que hablar de la voluntad de capturar con la cámara fotográfica determinados instantes de la vida de una ciudad y de sus habitantes. He utilizado la palabra “determinados” deliberadamente; la elección de una cara del poliedro que constituye una ciudad nos indica donde podemos situar al observador.
Lo que busca César Ordóñez en Tokyo -y se refleja en las imágenes que produce- no es el exotismo oriental que persiguen los románticos del diecinueve, ni ciertamente el reflejo de una sociedad supertecnológica que deslumbra a determinados “geeks” de pacotilla. Es más sencillo que todo eso, persigue distanciarse, alejarse. Si la Luna estuviese habitada probablemente ya estaría allí. Toda esta distancia kilométrica le permite una mirada inocente que en casa le costaría encontrar, es decir, una mirada sin prejuicios. La primera persona de quien se quiere alejar Ordóñez es de él mismo, para reconstruirse de nuevo en Japón, donde su identidad, libre de ataduras, puede observar como las cosas que le rodean le influyen.
El año 1999 con la serie de retratos titulada Japoneses, que se pudo ver en el CCCB de Barcelona, podríamos decir que César Ordóñez inicia una línea de trabajo con la que gradualmente ha ido profundizando, y que se consolida con Ashimoto en el año 2008. En este periodo su obra ha evolucionado desde un naturalismo más cercano al fotoperiodismo al uso, hacia la simplicidad formal que implica no tener miedo de realizar fotografías con un cierto componente voluntariamente artificial, manteniendo como una constante un punto escenográfico que nos hace cuestionar lo que vemos y lo que no vemos, permitiéndonos intuir lo que pasa justo fuera del encuadre que el artista ha decidido mostrarnos.
En estas series, especialmente en Ashimoto, el artista utiliza el reportaje documental como elemento para articular la narración, la construcción del significado de su trabajo, obteniendo una uniformidad estética que determina la percepción de cada una de las piezas reforzando el conjunto final. En Tokyo, César Ordóñez sube un escalón seleccionando piezas que tienen entidad individual como piezas aisladas pero que refuerzan su identidad cuando las vemos sucesivamente. Cada fotografía escogida para la exposición en la galería Rita Castellote forma parte de un gran rompecabezas que incluye imágenes recientes y otras más antiguas, pero encajadas de forma que nos permite hacer una lectura lineal de su tesis de trabajo. Las diferentes fotografías seleccionadas, con la inclusión de otros elementos (como proyecciones de video) en un montaje sencillo pero muy efectivo, atrae al espectador entre la curiosidad y la complicidad, y le permite reconstruir con sus claves personales, el mundo que el artista ha edificado.
Màrius Domingo
La invitación del espejo
En las leyendas que explican el origen de Japón, tiene un papel destacado un espejo que refleja los rayos con los que la diosa del sol, Amaterasu, ilumina y da vida al mundo.
El espejo es el eje central de la serie Tokyo, la nueva propuesta con la que César Ordóñez sigue iluminando sus pasos por el país asiático. En este proyecto, Ordóñez no sabe qué escenas van a salir a su encuentro. Ése es el espíritu: poner en práctica la fluidez artística y dejarse invitar por una mirada diletante, sin intención previa ni ideas preconcebidas, con el fin de encontrar nuevos motivos. Como en una anterior serie, la celebrada Ashimoto, tras el magnetismo de la imagen está el impulso de vivir, de ver, de hacer del viaje la experiencia por definición.
Desde antiguo, el espejo simboliza la variabilidad, la multiplicidad y la imaginación. También aparece en los mitos como la puerta por la cual el alma puede disociarse y “pasar” al otro lado. Siguiendo intuitivamente estos sentidos, Tokyo se ofrece a tantas interpretaciones como espectadores, a tantas lecturas como ojos se posen sobre estas imágenes y a tantos saltos como quiera la propia búsqueda del artista por el azar de las calles de la gran ciudad.
Albert Martínez López-Amor
TOKYO Y YO
Tokyo y yo nos conocimos en el año 2000. Era una tarde a finales del verano. Y en ese abrumador instante no presentí el intenso amor que despertaría en mí tiempo después. Aunque coincidimos varios días, apenas intercambiamos algunas miradas de soslayo. Todo era nuevo, quizá demasiado nuevo y diferente para poder observar más allá de su impactante y deslumbrante epidermis.
Pasaron dos años hasta que volvimos a vernos, pero fue un encuentro fugaz, tímido, casi lánguido. Nada me hacía imaginar que, a pesar de la poderosa fascinación que ya ejercía sobre mí, en un futuro nuestra relación –por definirla de alguna manera– pudiese avanzar en alguna dirección.
Corrían los primeros días de marzo de 2007 cuando un amigo común me ofreció ir a verla un fin de semana. Me resultaba excitante la idea de cruzar medio mundo sólo para estar juntos durante algunas horas, así que no me lo pensé dos veces y acepté con una mezcla de emoción y cierta inquietud: ¿Se acordaría de mí?. A decir verdad, llegado el gran momento no me prestó demasiada atención, pero se mostró extremadamente amable y seductora, tal como suele hacer con aquellos que saben apreciar su frágil y compleja belleza. Y aunque no pudiésemos estar solos, saboreé unas gotas de intimidad que me conquistarían para siempre.
Ya de regreso, los días pasaban y no podía quitármela de la cabeza. Durante el día soñaba con ella y mientras dormía, como si de un sueño líquido se tratara, parecía fundirme en su ser. Deseaba verla otra vez, sentir su tacto sedoso, oler su enigmática fragancia... Transcurrieron largas semanas, y por fin, en agosto estaba volando de nuevo para, esta vez sí, encontrarnos a solas y durante casi un mes. Y así ha sido cada año desde entonces. Pasamos una temporada juntos, o quizá sería más exacto decir que yo paso unos días junto a ella. Con sus incontables ocupaciones, con los millones de almas que dependen de su existencia, no puede moverse del trono donde está. Precisamente ahora, mientras escribo, estoy a su lado; meciéndome en su suave y límpida madrugada.
Podría intentar describirla en su parcialidad, baldío intento. Es inabarcable, infinita, y se transforma a cada instante en un indolente y permanente movimiento. Su resplandor se funde con su penumbra, no dejando divisar más allá de las huidizas sombras de los que en ella habitan. Pero si puedo hablar del efecto que ha producido en mi: A su lado, he expandido las fronteras de mi mundo, he empezado a entender con la claridad diáfana de un rostro reflejado en un lago cristalino, quién está al otro lado del espejo. Me he contemplado cientos, millares de veces, a través de mi reflejo en cada hombre, en cada mujer, en las gotas de una fina lluvia que, como pequeños prismas, van disociando mi imagen y me van susurrando al oído quienes son todos mis "yoes".
No sé si el cariño que siento por ella es recíproco, poco me importa. Mientras me siga acogiendo con ese dulce y encantador sentido del orden, mientras me deje caminar de noche por sus amplias y aterciopeladas avenidas, mientras me pueda perder a ratos por sus recovecos, mientras pueda seguir viviendo mi propia intimidad sin que nada ni nadie ose a perturbarla, mientras me siga insuflando agua de vida a mi vida; me da lo mismo que mi amor pueda ser tan solo un amor platónico.
Según dicen algunos, si te amas con locura mejor mantener la distancia. Quizá para no romper esa magia -no estoy seguro-, de momento nos vemos uno o dos meses al año. Mientras tanto, seguiré reproduciendo su imagen para llevarla siempre conmigo. Como un rutilante tatuaje sobre mi piel.
Tokyo, noviembre 2010
César Ordóñez